lunes, 12 de julio de 2010

La niña de mi sueño

Era una tarde de verano, en el parque de la colonia, un lugar que frecuento poco pero me trae muchos recuerdos de mi juventud. En esa ocasión habían muchos niños debido a las vacaciones. Mientras tanto, yo estaba sentado, escuchando música, como usualmente lo hago, y observando.

¿Qué observaba? Realmente eso no tiene importancia en este momento, me sentía tranquilo, esperando la compañía de aquella mujer que me hace feliz cada segundo. Mientras las risas de los niños acompañaban el canto de las aves y el silbido tan peculiar del globero, aquel mismo señor que estaba cuando era niño, nada más que ahora más viejo.

Se me antojó un helado de vainilla, y vaya que era necesario por el calor de una tarde, que se intensificaría aún más. Muchas pelotas de colores y con figuras diferentes iban de lado a lado, niños y niñas con sus diversas actividades y sus padres conversando en las bancas de aquel lugar.

Un perro se me acercó esperando recibir algo. No sé de razas, pero era de esos que les cortan el cabello para que parezca que tienen un bigote. Se veía triste el pequeño canino y un además poco inquieto. Lo ignoré, me mordió el pantalón y me molesté. Quería quitarlo de mi lado. Vi una placa, me acerqué y la vi. Era una placa en forma de hueso con una inscripción. ¿El nombre del perro? No es relevante, pero el nombre de la dueña saltó a la vista: Inés B. No podría ser ella, la niña que estaba perdida y salió en los periódicos y yo con su perro enfrente a nada de darle una patada para que me dejara en paz. Me levanté inmediatamente, y lo seguí. El perro corrió a toda velocidad entre los arbustos y debajo de las bancas, mientras tanto yo iba esquivando cualquier obstáculo para evitar perderle la pista.

Finalmente se detuvo cerca de un montón de hojas que se veía que acomodó el jardinero del parque. Empezó a olfatear, rascar, gruñir y ladrar. Tantas cosas pasaban por mi mente, escuchaba gritos, gemidos, llanto, como si estuviera en ese punto días atrás.

Me agité como nunca me había pasado, le ayudé a buscar, revolví las hojas, excavé y no encontré nada. No debía confiar en un perro nada más porque vi el nombre de su dueña en las noticias. Tal vez estaban ahí en el parque y el perro buscaba comida. Por otra parte, el perro se veía tan seguro de sus sentidos que no se despegaba de mi lado.

Decidí ver a mi alrededor, buscando una pista, así como los libros que solía leer, me sentía un detective, nada más me faltaba mi boina y mi pipa. Me sentí importante y un sentido de responsabilidad me abordaba con mayor fuerza.

Buscaba algo, pero no sabía qué era. Esperé a que Weasley (aquí es cuando me parece pertinente nombrar al perro) me guiara para dónde ir, pero se veía más confundido que yo. Decidí dar unos pasos atrás y vi el carrito del jardinero, con el bote de basura, su escoba y demás instrumentos que usan. Me acerqué cautelosamente, esperando no ser visto. Algo colgaba, era bastante brillante. Mi corazón se aceleraba cada segundo que pasaba, mis manos sudaban más que otras veces. Miré por detrás de mi hombro nuevamente, no había nadie. Cada paso lo daba con más cuidado que el anterior, algo había ahí, algo sumamente importante. Finalmente llegué a mi objetivo, una cadena de oro con un dije, el cual tenía una figura de una paloma. Detrás tenía grabado I.B. No podía equivocarme, era el inicio de la investigación. Nadie había encontrado nada y yo, sin haberlo planeado, encontré lo que era un objeto auténtico. Dentro del bote había un zapato rosa, me comencé a preocupar. Me faltaba el aliento, un sudor frío recorrió mi rostro y mi corazón de repente se paralizó. Una lágrima bajó por mi mejilla lentamente.

¿Por qué tuve que ver eso? Me sentí terrible, la esperanza había sido opacada por un cruel sentimiento de dolor. Tomé el zapato y lo miré, no había duda, era de Inés. Weasley brincaba para alcanzarlo. Imaginé tantas cosas, tanto dolor. Luego el dolor se convirtió en ira. Quería venganza, no sé por qué, pero la quería. Sé que no era mi problema, pero me conmovió más allá de lo imaginado. Apreté la cadena con mi puño y el zapato con mi pecho. Las lágrimas no me dejaban ver con claridad.

Weasley empezó a ladrar y a gruñir, pensé que era el mismo sentimiento, pero me equivoqué. Un señor de mediana estatura y bastante delgado se acercó. Vestía pantalón de mezclilla y una camisa de franela, tenía unas tijeras de podar en la mano derecha y una expresión que me impactó.

Apreté la quijada, solté el zapato y con el brazo me sequé las lágrimas. No iba a dejar que me viera en ese estado y mucho menos con la rabia que inundaba mi sangre. Él debía ser el que hizo tal atrocidad. Descaradamente el jardinero sacó de un bolsillo el par del zapato y soltó una carcajada. Me enfurecí aun más. Esperé a que se acercara, no podía arriesgarme al no estar armado. Dio un paso al frente y quise esquivarlo, me tropecé y caí de espaldas, cerré los ojos esperando lo peor...

Al abrir los ojos vi mi celular... 5:49 am. Era la madrugada del mismo día, me trastorné. Busqué con mis manos alguna cicatriz pero no había nada. Suspiré, nada más fue una cruel pesadilla. Dejé el celular en la mesita de al lado y sentí una cadena, la tomé y vi una paloma con la inscripción I.B...