Verónica estaba sentada, esperando a alguien, no por nada era una mesa para dos personas. Un pianista se escuchaba de fondo en el restaurante. El perfume de velas aromáticas y diversas mujeres se confundían con suculentos platillos. Se escuchaban risas y diversas charlas amenas. Un hombre se sentó. No tuvo contacto con ella hasta que se sentó.
- Hola, ¿cómo estás? Supongo que bien. Sabes, es bueno que estés aquí porque tengo que ser sincero, aunque estemos cerca, te extraño.
Verónica echó a reír, después le preguntó:
- Pero, ¿por qué dices eso? Hablamos todas las semanas, nos vemos seguido.
- ¡No lo entiendes! - Tomó las manos de Verónica y la vio fijamente a los ojos. - Eso no evita que te extrañe. Eres alguien muy especial en mi vida, no quiero que nada te pase, aunque me cueste la vida cumplirlo.
Volvió a reír. - Relájate Jorge, nada me va a pasar. El trabajo debe tenerte así. Te invito una copa de vino.
Le dijo con una sonrisa coqueta, él asintió pero no parecía muy convencido. Sonó el celular, Jorge vio que era un mensaje de texto, lo leyó y le dijo:
- Debo irme, es muy importante, el vino guárdalo para la próxima.
- Está bien, pero la próxima vez me invitas a cenar, cuídate.
- Lo prometo.
Se despidieron. Jorge tomó su saco y salió. Verónica se quedo a cenar mientras disfrutaba la música del pianista. Antes de terminar llegó el gerente. Estaba muy nervioso, unas gotas de sudor frío mojaba su amplia frente, casi calvo. Se dirigió a ella y le preguntó con voz temblorosa.
- Disculpe señorita... - Sacó una credencial. - ¿Conoce a este joven? - Efectivamente, era de Jorge.
- Lo conozco, ¿qué pasó?
- Voy a ir directamente al grano. Escuchamos mucho ruido afuera, primero pensamos que era un pleito entre los borrachos del bar de al lado, hasta que escuchamos unos balazos. Nuestros hombres de seguridad salieron a ver lo que sucedía. Alcanzaron a ver las luces de un auto negro que se iba a toda velocidad. Buscamos algo y encontramos esto, no había nada ni nadie más.
Verónica palideció. Recordó las últimas palabras de Jorge. Intentó contener el llanto pero no lo logró. El gerente se acercó y murmurando le dijo:
- Entonces esto tal vez le interesa, estaba junto a la credencial. - Le entregó un pedazo de papel con unas gotas de sangre. Verónica abrió el papel y leyó:
"Vero. Hay algo que siempre he querido decirte pero no me atrevo, creo que así es más fácil. No sé por qué no me atrevo, bueno, tal vez sí sé, no quiero perderte".
Esas fueron las últimas palabras que escribió en una carta inconclusa. Verónica apretó el papel contra su pecho. Lloró mientras el gerente la dejaba, sola, con su dolor.