sábado, 28 de febrero de 2015

Paz interior, bienvenida

Esta entrada es difícil de escribir para mí porque trato de temas personales que me han obsesionado durante el último año. No sé si la palabra "obsesionado" sea la más adecuada para describirlo pero creo que poco a poco irán leyendo argumentos que les ayudarán a tener una idea de por qué lo dije.

Empezaré contándoles de un sueño que tuve hace apenas un par de semanas. Por muchos años hemos imaginado cómo sería poder viajar al pasado y poder cambiar los errores o revivir los aciertos que hemos cometido. 
En ese sueño, no recuerdo por qué, regresaba a mi cuerpo de adolescente (calculo que tenía unos 14 años) pero con la experiencia que tengo actualmente. Yo estaba consciente de lo que pasaba en el transcurso del tiempo si saludaba a alguna persona, entonces entraba al autobús de la escuela (raro porque nunca fui en uno) y veía a una amiga de la Universidad. Entonces tenía que tomar la decisión si le hablaba como cuando la conocí y en el futuro mantendría la amistad o, simplemente, la ignoraba y nunca nos volveríamos a hablar como ocurrió. Y así pasaba con cada decisión que tomaba con las personas a mi alrededor. Pero todo eso conllevaba a tomar aún más decisiones y a cómo se vería reflejada mi vida de adulto.
Desperté con mucha incertidumbre, reclamándome a mí mismo por qué había dudado de mis decisiones en el pasado, como si no estuviera seguro de lo que viví. Reflexionando, primero concluí que en realidad me arrepentía de lo que había hecho en el pasado, pero después me di cuenta que cuando uno decide hacer algo, no tienes la experiencia del futuro y todo lo que pasa es por primera vez.

Dejemos lo del sueño en pausa por un momento, mientras les relato lo que me pasó esta semana en mi experiencia en el gimnasio (espero no haberlos aburrido, porque falta mucho). Las personas más cercanas a mí saben que detesto ir al gimnasio porque es rutinario; preferiría ir a jugar futbol o algún deporte de equipo. Pero, por otra parte, sé que que tengo que mantenerme saludable y en el gimnasio tengo los medios para hacerlo. Entonces, mientras hacía mi rutina me di cuenta que si no me esforzaba no iba a avanzar y que, por mis condiciones físicas, me tengo que esforzar más que muchas personas. 
Fue entonces que recordé que a lo largo de la vida no me he esforzado como debería. No quiero parecer arrogante, pero en muchos aspectos de mi vida no me he esforzado como otras personas. En el lado opuesto de la balanza, pude ver que cuando algo requería algún esfuerzo me iba por el camino fácil y lo dejaba, llámese escuela, amigos, trabajo u ocio.
Pensé (porque aunque luego no parezca, sí lo hago): "¿Por qué no me esfuerzo?" e inmediatamente me contesté: "Porque el esfuerzo requiere de valor y en el proceso trae dolor". Y es cierto, cuando uno aprende a andar en bicicleta, se cae muchas veces - o eso dicen porque por el miedo a lastimarme nunca aprendí - y al caerse uno se lastima. Pero con el esfuerzo uno domina andar en bicicleta.
Ahora, el esfuerzo no nada más es en el gimnasio o la bicicleta. El esfuerzo llega a nosotros todos los días de nuestra vida. Y no nada más hay que esforzarse un ratito hasta que llegas al objetivo, sino que hay que esforzarse todo el tiempo, cada minuto, cada segundo. Porque uno cuando aprende a andar en bicicleta - vuelvo a suponer - cada vez que está pedaleando se tiene que esforzar en mantener el equilibrio, en acelerar, en frenar, en evitar chocar y esquivar los obstáculos. Todos los días mantenemos el equilibrio en búsqueda de nuestros objetivos, aceleramos o frenamos dependiendo las situaciones que se nos presenten, evitamos chocar contra nuestros defectos y esquivamos los obstáculos que aparecen en todo momento, sean ajenos o internos. En el momento en que el esfuerzo disminuye, todos los puntos que mencioné, se hacen presentes; nos debilitamos y caemos, a pesar de haber recorrido un largo camino.
Hay un punto que no quiero dejar olvidado, porque es algo que nos motiva a hacer o dejar de hacer muchas cosas: el miedo. Todos tenemos miedo, en mayor o menor medida, de las cosas, pero sobretodo, del futuro. El miedo podría ser como una piedra que tienes atada a tu tobillo; el tamaño depende de ti.

Una vez explicado todo el preámbulo, creo que es momento de llegar al grano de este texto: Hay que dejar ir a las personas para poder alcanzar la paz con uno mismo. Por más de un año hubo una persona que debía sacar de mi vida, pero me aferraba a ella, a pensar que si tan solo hubiera vivido esa época con la experiencia que tengo en este momento nunca se hubiera ido.
Pero todo eso había sido inútil y me mantenía anclado al pasado, teniendo el presente frente a mí y con el futuro esperándome en la costa. Mientras más me decían "tienes que dejar ir a la persona", más me encerraba en mi necedad de cambiar todo con solo mi experiencia. Cuando me decían "algún día te vas a dar cuenta de las cosas" era cuando más ayuda necesitaba, pero me bloqueaba esperando que alguien más resolviera las cosas por mí. Y no es así. 
Es uno quien se tiene que esforzar. Es uno quien tiene que luchar contra sí mismo, aunque duela, aunque tengamos miedo de lo que puede pasar. Y cuando parece que por más que te esfuerzas nunca vas a poder avanzar es porque todavía no quitas el ancla. Eso se debe porque uno no nace sabiendo dejar atrás a las personas que ya no pueden estar en nuestras vidas. Pero tampoco nacemos sabiendo cómo caminar, sumar, trigonometría analítica, hablar y tantas cosas que con el paso del tiempo y, lo más importante, con mucha práctica, aprende a hacer las cosas. Pero tal vez uno puede vivir sin saber trigonometría (bueno, muchas personas viven así), sin embargo, todos tendremos que despedirnos de alguien que fue valioso en nuestra vida. Eso duele. Pero como el dolor de la caída cuando aprendes a andar en bicicleta (sigo terco con este ejemplo), te levantarás algún día y si realmente quieres andar toda tu vida en la bicicleta, vas a intentar una y otra vez hasta que el esfuerzo habrá valido la pena. El dolor es pasajero, pero uno decide en qué esquina va a bajar o si lo vas a llevar de acompañante evitando que nadie más se pueda subir.
Llegará el momento en que de alguna forma volverás a ver a esa persona que te ancló y te darás cuenta que nada más era un estorbo emocional. Cuando yo me di cuenta de eso pensé "¿realmente esa persona era quien me hacía avanzar a dos kilómetros por hora cuando puedo ir a cien?", pero no lo digo de manera despectiva, sino porque como lo dije al inicio, estaba obsesionado con esa fantasía que había construido por mucho tiempo. Pero finalmente se disipó. Me liberé de la carga que yo mismo había llevado por mucho tiempo. Esa persona no hizo nada, esa persona no me obligó a mantener mi vínculo emocional con ella. Al contrario, me pedía que la dejara lo más pronto posible. Pero yo, por miedo, por inexperiencia, por tantas cosas, no quería. Y al no querer, me era imposible ver lo que sucedía en mi vida. Así es: ¡EN MI PROPIA VIDA!

En este momento siento más ligeros los hombros, la espalda relajada y el pecho limpio. También siento mucho haberlos aburrido con un texto que podría caer en la categoría de superación personal. Simplemente quería compartir esta reflexión y dejarla en un lugar para que cuando vuelva a cargar con un ancla, o con una piedra, o que no me quiera esforzar, lo pueda ver y recordar lo bien que me siento en este instante. Y como diría un príncipe muy conocido: Lo que un día no fue, no será.