sábado, 23 de septiembre de 2017

Yo no soy un héroe, ellos sí

Dicen que en un desastre natural se conoce la verdadera naturaleza del hombre, bueno, no sé si en realidad digan eso, pero si no, alguien debería decirlo.

Desde el momento en el que vi la destrucción que tuvo el terremoto tenía sentimientos encontrados, por una parte tenía muchas ganas de ayudar y al mismo tiempo tenía miedo de no poder hacer bien las cosas. Este viernes mi hermano me dijo que iría con unos amigos a uno de los edificios colapsados y me dije a mí mismo que fuera, de cualquier forma era mi deber como psicólogo y victimólogo asistir.

Minutos antes de salir me dio un arrepentimiento y estuve a nada de no ir, pero cuando me dijo mi hermano "Gigio, ¿ya tienes todo listo?", le dije que no, agarré un suéter, un impermeable y salí.

Llegamos a casa de una amiga, ella tenía todo el equipo para cuatro personas (eran cuatro contando a mi hermano) y como "iba como psicólogo" no lo necesitaba. Primero fuimos hacia la Condesa y vimos que no necesitaban ayuda, luego íbamos a ir hacia Morelos, me dijeron que no fuera porque estaban asaltando y una amiga de allá me comentó que no habían reportes de ello. Como víctimas de la desinformación, nos dirigimos hacia Emiliano Zapata y División del Norte.

Cuando nos estacionamos, parecía que no había nada, ni nadie. Conforme nos acercamos al lugar del desastre empezamos a ver gente, las señoras nos ofrecían tortas, cafés, dulces. Nosotros declinábamos y el sentir era el mismo: Nos tratan como héroes, apenas vamos llegando.

Nos formamos en una fila de tal vez unas 200 personas que iban como voluntarios. Mientras esperábamos nos seguían ofreciendo víveres y cubrebocas. Eran las 9:15 cuando le avisé a mi familia que estaba ahí. Nos tatuamos el nombre, teléfono de emergencia y el tipo de sangre en el brazo. De repente, uno de mis amigos llegó con otros dos y nos llamaron a la primera fila, influyó que llevaban equipo completo, porque yo me tuve que quedar un poco atrás. Dos de mis amigos pasaron inmediatamente y los llevaron directamente a la siguiente zona, la cual contaré en breve. No sé cómo ni por qué, fuimos de los primeros en pasar, a un grupo de 30 personas, habían dicho que pasaran 25 y luego que 30, yo era de esos últimos cinco. Luego empezaron a llamar a los que llevaban cascos, botas y guantes.

La primera instrucción que nos dieron fue que apagáramos los teléfonos, la razón no la entendí bien, pero creo que tenía que ver con todos los rumores que surgen en esos sitios. Luego, un tipo, de unos 30-35 años, con sudadera roja y barba tupida, seleccionaba al personal, pasaba entre todos, nos veía a los ojos y los iba llamando uno por uno. En medio de esta selección, salió una ambulancia, encendió la sirena y, entre aplausos, pisó el acelerador a fondo en División del Norte con dirección al norte. El seleccionador iba llamando hombres y mujeres por igual y, una vez más, no sé por qué, me miró a los ojos, los cuales estoy seguro que tenían un resplandor que decía "no me llames" y a la vez "quiero ayudar, a eso vine". Fui el último de ese pelotón en ser seleccionado. En este punto hubieron dos situaciones que quiero enfatizar.

El seleccionador preguntó que quién era menor de edad, un chavito levantó la mano y más o menos así fue la conversación, con un tono firme y a la vez compasivo:
-Mira, no puedo dejar que pases, pero valoro tu deseo por ayudar. Necesitan gente en el albergue, ahí nos puedes echar una mano.
-Pero en verdad, yo quiero ayudar. Yo me hago responsable.
-No queremos que te pase nada, es por lo que no puedo dejarte pasar. Con tus ganas de estar aquí, estás haciendo mucho por México.
Después gritó y dijo "démosle un aplauso, que siendo menor de edad, está siendo un ejemplo para todos de solidaridad".

El otro caso fue de un policía, mi hermano habló con él, con la simple e inocente pregunta de "¿Cuánto tiempo lleva aquí?". El poli dijo que estuvo desde antes de que empezara todo, porque le tocaba estar a un par de cuadras y rápidamente lo llamaron al edificio. Después fue a ver lo del tren del metro que se descarriló y más tarde lo regresarón a Petén y Zapata. Le comentaba a mi hermano que él vive en Texcoco, que apenas ha ido un par de veces a su casa a dormir unas tres o cuatro horas, pero que le tocan turnos de 27 a 30 horas.

Otra vez nos tocó esperar a que nos pasaran, mientras estábamos ahí, un grupo de unas 20 personas salieron entre aplausos, llevando a un perro negro, como labrador, en brazos. El can estaba asustado. Nosotros estábamos conmovidos.

Nos pasaron al siguiente punto, en donde nos entregaban equipo (casco y guantes). Mis guantes no tenían dedos y cuando le dije al que los estaba repartiendo, me dijo que no importaba, que había gente que así los quería. Me hubiera puesto más firme, pero la verdad, estaba asustado, no sabía qué había más adelante.

Luego fuimos a que nos pusieran la vacuna antitetánica. Tal vez esta fue la parte más desorganizada de todas, porque uno tomaba tu nombre, y dos vacunaban, pero solo a los que ya estuvieran listos. De ahí ya nos fuimos al edificio, o los escombros que habían en su lugar. Nos formaron en dos filas y nos dijeron que esperáramos nuestro turno. En ese momento, la gente con la que iba ya se había disperso.

Mientras esperaba, unos sujetos que estaban al lado de mí, bromeaban constantemente y lo importante que dijeron es que eran poco más de las 11 de la noche. Desde el edificio hasta el camión de escombros, el cual estaba como a tres casas de distancia, habían cuatro filas, aproximadamente con unos 100 voluntarios cada una. En tres líneas pasaban escombros de mano en mano, en la otra, conformada por mujeres, regresaban las cubetas vacías. De repente salía mucha basura, luego podían pasar minutos de completa inactividad. También habían unas personas que cargaban y caminaban con escombros grandes (pedazos de concreto, varillas, etc.). En la línea que me tocó casi no había movimiento y pensaba "mejor me voy a mi casa, descanso y mañana me voy a Morelos. Aquí me siento como un completo inútil". En algún momento, la gente que estaba en el camión empezó a cantar el Cielito Lindo, pero no tuvo éxito. Después intentó con La Bamba y los que estábamos en las líneas acompañamos con las palmas, hasta que el que cantaba demostró que no se sabía la canción y se llevó el abucheo del respetable.

Después de como una hora nos pidieron que nos retiráramos de la zona. Explico rápido: Es una avenida con camellón, en el lado del edificio es en donde estaba la cadena humana sacando el escombro. Del otro lado estaban los servicios médicos, el almacén de herramienta, los que tenían agua y comida y el resto del equipo de logística. Entonces, pasamos a esa parte del camellón. Me encontré a mi hermano, luego a mi amiga, luego a mis otros dos amigos, todo esto en un par de minutos. Me dijeron que el albergue estaba a dos cuadras y que ahí hay servicio psicológico. Mi amiga y yo nos fuimos en esa dirección, porque a ella le tocaba mover cubetas vacías y sí, también se sentía inútil.

Hablé con mi hermano, quien estaba prácticamente afuera del edificio. Me dijo que habían sacado un horno eléctrico y que alguien preguntó que si eso era una impresora y ante la negativa, dijo: "Mi hombre está abajo de una impresora". Sí, a mí también se me movió el corazón.

Llegamos al albergue y les dijimos que queríamos ayudar, le dije que soy psicólogo y me dijo "por el momento tenemos gente, el relevo es a las 8. Puedes irte a dormir y volver al rato", pero no era para lo que había ido. En el albergue y camino a él, la gente nos seguía tratando como héroes, nos ofrecían café, comida, servicio de fisioterapia. 

Nos sentamos, comimos un sándwich, de esos que saben a amor, tomamos un jugo y nos distrajimos, platicando sobre o que habíamos visto. Fue en este momento en el que se me ocurrió ver en Google Maps cómo era el edificio antes de que colapsara. La imagen fue impactante. De un edificio de siete pisos, quedaba no más de dos de escombros. Luego llegaron mis amigos, comieron y volvimos a la acción.

No sé cómo uno de mis amigos se metió a la parte de logística y, lo lógico, nos llevó a todos al equipo. Fue cuando me empecé a sentir útil, ya que es algo que me gusta y tengo algo de experiencia. Les ayudábamos a pedir las cosas que se necesitaban, desde cubrebocas hasta diesel. Me fui al almacén para ver qué les podíamos conseguir y me dijeron, entre tantas cosas, que habían llegado barriles de diesel, pero no tenían cómo llenar los botes. Rápido (ni tanto como hubiera querido), conseguí una botella de dos litros de agua, tal vez me tomé la mitad, e hice con ella un embudo. Creo que sí ayudó.

Aquí me enteré que eran los civiles quienes organizan todo. Los militares y policías obedecen, aunque todo se les dice con respeto a lo que representan. De hecho, se les reconoce muchísimo su labor, principalmente de los de verde, que están al borde de la acción y llevan mucho tiempo sin descanso. Nosotros, en cambio, podríamos estar unos minutos con el escombro y descansar tres horas, aunque nadie quería reconocer que estuviera cansado tras varias horas de acción.

Conocí a una señora de unos 50 años y en ese momento era la encargada del almacén. Ella ha estado ahí desde el primer día, al parecer es de la zona. Entraban y salían instrumentos, equipo de protección y ella nunca dejó de sonreír. Se fue como a las 4:30 y dijo "nos vemos mañana". Estoy seguro que ella está ahí.

El que coordinaba con centros de acopio y otros sitios de desastre lo que hacía falta y lo que teníamos de excedente es un tipo como de unos 35 años, siempre con el teléfono en la mano, escuchando los mensajes de radio y a la vez, con el 100% de atención a lo que le decíamos. Dice que trabaja por las mañanas y se va a ayudar en las noches. Que trabaja en un lugar de logística (por algo su experiencia y capacidad para hacerlo) y que se llevó a unos de sus trabajadores, los cuales se quejaban por las largas jornadas y les decía "En el trabajo, pasamos más de cinco días sin dormir. Vean esto como que vamos apenas a la mitad del trabajo". 

Otra de las funciones que tuve fue la de juntar material, equipo y medicamentos sobrantes para que se llevaran a Morelos. En el almacén hasta decían que se llevaran un poco más, con la consigna de no quedarse sin instrumentos, ellos apuntaron lo que donaban y después firmaron ambas partes. La verdad es que la gente donó muchísimo, por ejemplo, estoy seguro que si digo que habían 200 palas, me quedo corto. En cambio, para que les entregaran el material de medicina, les hicieron contar todo dos veces y cuando estaban viendo los medicamentos que se iban a llevar, el del DIF dijo "tengo que grabar lo que se están llevando y que apunten qué se llevan porque tengo que entregarle cuentas al DIF de lo que estamos donando". Una señora, que también coordinaba se enojó y dijo "ustedes no están donando nada, es el pueblo el que lo está dando", el tipo dijo que era una forma de decir y el ambiente se tensó a tal punto que de haber tenido una navaja de las que tanto pedimos, se hubiera cortado fácilmente. Afortunadamente sirvió para que se pudieran llevar medicamentos de todo tipo, aunque siento que no fue suficiente. Firmaron, dejaron teléfonos de contacto y les acompañé a que guardaran todo en las camionetas, esperando que llegue todo a su destino.

De ahí me fui un rato a la entrada principal, sobre División del Norte, en donde veía como seguían llegando voluntarios, era alrededor de las 4 de la madrugada, y los que se iban lo hacían con una sonrisa de oreja a oreja. Todavía habían señoras ofreciendo café y pan a todo el que se encontraran. Dicen que entre todo lo que repartían en la entrada, daban tortas de mole y hasta birria. De haber sabido cambiaba mi sandwich.

Volví al almacén, aquí fue cuando se fue la señora y dejó a dos jóvenes como de 28 años como encargados y preparamos otra donación que se iba a Puebla. También nos pidieron los rescatistas una pala de jardinería, pero entre tanta pala, de tantos tamaños y formas diferentes, no encontramos la que necesitaban. Cuando terminamos de entregarlo, llamaron a todos los voluntarios frente al edificio y dijeron que tomaran una hora de descanso, porque los rescatistas iban a hacer movimientos peligrosos, pero en menos de media hora ya estaban quitando escombro, una vez más.


Nos juntamos mi grupo de cinco integrantes y fuimos al albergue a, bueno, eso no quieren saber. Aprovechando que estaba toda la gente ahí, una señora grillera (creo que es la forma de decirle) empezó a gritar que hablan granaderos amedrentando a los civiles en otros lugares, que el ejército ya no iba a seguir con la búsqueda de cuerpos. La empezaron a confrontar otras personas, pidiéndole su nombre y fuentes, ella se negó. El ambiente fue aún más tenso que con el del DIF. Nosotros mejor nos fuimos, ya llevábamos poco más de 8 horas ahí, quedando en todos un sabor amargo, pero mientras estábamos en camino a casa, las buenas obras que apreciamos nos hicieron ver que todo valía la pena.

Después de haber vivido esta experiencia es momento de reconocer la labor titánica de tanta gente, militares, civiles, policías, que con su granito de arena han ayudado ante esta situación. Gente que ha trabajado más de 20 horas sin parar, las señoras que desde que vas llegando te ofrecen un cafecito, la gente del albergue que siempre te sonríe, los que han donado todo su esfuerzo para coordinar. A todos ellos, gracias por hacer algo que no les corresponde, por velar por la seguridad de los que más lo necesitan, por asegurarse que nadie salga lastimado, por darle aliento al que está cansado y por animar al que va llegando, por los que se juegan la vida enmedio de los escombros. A todos ellos, muchas gracias, gracias por ser los héroes que México necesita.

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