miércoles, 9 de septiembre de 2015

El restaurante

Estábamos en un restaurante, sin un motivo en especial. Miradas, risas, besos. ¿Qué más podía pedir? ¿Qué más podía esperar? Terminamos la cena y pedimos un poco de vino. Seguían las risas hasta que ella derramó su copa sobre mi traje. Me levanté enojado, ¡lo había arruinado! Ella tomó sus cosas y las llaves del auto, salió corriendo y llorando. Le grité a los que estaban alrededor que ya había acabado el show y me senté. Una vez que se me pasó el coraje salí y tomé un taxi a la casa, ella no estaba ahí. Pero ya era muy tarde para pensar a dónde iría y me fui a dormir.

Cuando sonó el teléfono aún no había amanecido. Era su número, pero no su voz. Después de que la persona que habló lo repitió un par de veces me di cuenta de lo que había pasado. Comencé a llorar, no podía creer lo que había sucedido. La voz dijo que se fue muy rápido, que probablemente no sintió nada. Tal vez me intentaba sentir mejor (o menos mal), o tal vez decía la verdad. Me vestí y salí.

Mientras iba en camino pensaba en la última vez que la vi. No la pude abrazar, no le dije que la amaba. ¿Lo sabía cuando murió? ¿Cuando me vio por última vez a los ojos, qué me quiso decir? No lo sé. Ni siquiera me despedí. Estaba muy enojado, mi orgullo no me dejó hablar con ella. No le dije que lo sentía. Ahora todo eso se quedará en un recuerdo que me perseguirá en mis sueños.

Llegué al funeral. Intenté no llorar, intenté no demostrar la culpa que me carcomía. Jamás había tardado tanto en un trayecto tan corto, no quería llegar, pero tampoco podía quedarme sin verla una vez más. Estaba tan fría, tan pálida, como jamás imaginé verla. Comencé a murmurar, cuando pronuncié "si tan solo me hubiera tragado el orgullo" no pude más. No soporté más y comencé a llorar. Para mí no había nadie más en la habitación, pero todos estaban para mí.

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